Rwanda es un país lleno de paisajes preciosos, de personas que abren las puertas de su casa y de su corazón, de niños que contagian su alegría en el momento que ponen un pie dentro de la escuela y de caminos llenos de vida, tanta vida que cuando los recorres es difícil pestañear.
Nuestro viaje hace un mes todavía no había terminado, pero es que ahora tampoco, porque no nos hemos ido para siempre, no queremos una despedida final porque para nosotros (mi team Rwanda) no se cierra nada si no todo lo contrario, se abre un camino por el que avanzar.
Ha sido un mes cargado de intensas emociones, de conocer, de abrazos, de miradas, de sonrisas, de canciones, de bailes, de bienvenidas y despedidas, de contrastes, de cambios, de ver cosas que nos gustan y otras muchas que todavía no entendemos ,de ver cómo el pozo de agua ha transformado la vida de muchas personas, de una inauguración de la escuela que me llenó de ilusión por ver que un futuro mejor está cerca gracias a la educación que esos niños recibirán allí, de momentos compartidos con las hermanas en cada casa, de pensar, de emocionarme, de aprender mucho y de llenar mi corazón de nombres.
Gracias a la labor y al buen hacer de las hermanas y de Karit porque a veces lo que parece imposible, se puede transformar, y hacerse una realidad posible para todos.
No es un adiós, es un hasta pronto. No nos hemos ido, nuestra cabeza y nuestro corazón también están allí.
Rwanda, agosto 2018 = impano (🎁)